Te amo,
sueño blanco,
mi niña poeta anclada a la tierra
FLORECE UNA GARDENIA
Se mueve, con brisa o sin ella...
Tiembla sola y pura en su naciente baile cristalino.
*
Volarela, 2015
Te amo,
sueño blanco,
mi niña poeta anclada a la tierra
FLORECE UNA GARDENIA
Se mueve, con brisa o sin ella...
Tiembla sola y pura en su naciente baile cristalino.
*
Volarela, 2015
Basada en la idea de uno de los tipos de encuentro que nos propone Mónica, pongo a última hora este texto que tenía, reeditado para esta edición. En su blog podréis leer todas las participaciones:
Neogéminis. El extraño mundo de Neo
EL MENHIR DE SOLEDAD
(Dedicado a Antonio Porpetta, poeta al que admiro)
Hacía
mucho tiempo que él no estaba allí.
Le pasaban informes, manaba el café y un rayo
de sol se deslizaba por los folios a la misma hora cada día. Se esparcían por
el aire, como polvo flotante, las palabras de la gente: “buenos días”, “hasta
mañana”, “¡Vaya frío!". Todo pasaba sobre él sin dejar la menor huella:
los etcéteras de la vida, los puntos suspensivos, las comas, las exclamaciones,
los colores de aquel tren metálico con sus humanos interrogantes dormidos. Llevaban, muy serios, sus maletines, sus bolsos, su importancia, y sus preocupaciones como papeles arrugados. No podía sentir todo aquello. Sí, "aquello" era
la palabra; él estaba tan lejos...; se hallaba en lo alto de una gran roca, en
mitad del mar.
Al encender el ordenador, oía una gaviota
pasando rasante sobre su cabeza. Al apagarlo, la luna dejaba caer una lágrima
fría sobre su cuerpo desnudo y aterido. Tenía miedo sobre aquella roca, pero no
podía bajarse de ella. Era una altísima roca, estrecha, sobre la que estaba de
pie, fijado como un liquen; envejeciendo ante la mirada inmisericorde de las
nubes. Condenado a la soledad.
Las olas azotaban la base de su anacrónico
menhir; el silencio se le iba introduciendo en el cuerpo hasta llenar sus venas
con la angustia de la espuma que se dejaba morir allá abajo.
Hacía tiempo que tenía esa visión superpuesta
allá donde ponía sus ojos. Estaba clavada en su interior como una realidad
paralela, como una sombra que le seguía. Vívida, real, le arañaba la vista y el
alma. Y aún empeoró más cuando, en una reunión de trabajo, contempló un inmenso mar lleno de menhires como el suyo. Y en
cada uno de ellos había de pie un hombre, una mujer, un niño, un perro, incluso
una oveja con los ojos asustados… Era terrible, porque ninguno, allá
arriba, lograba moverse más de un palmo
sobre la piedra. Algunos gritaban, otros dormían erguidos, otros rezaban, o
soñaban o emitían desamparadas melodías como granos de polen sin destino.
Eran... los solitarios engendrados por la vida. Ninguno miraba al otro, sabían
que era imposible comunicarse entre sí, ya que un viento estruendoso de
lamentos los envolvía cada vez que hablaban.
Al terminar aquella reunión, llegó de noche a
su casa, tan vacía y muerta como siempre. Miró por la ventana una calle sin
vehículos, desierta y amarilleada por farolas apocadas. El ruido del motor de
la nevera roía monótonamente el silencio. A través de la pared pudo escuchar
tintineo de cubiertos, toses, gritos de niños, risas y palabras locuaces y
entusiastas que se cruzaban entre sí. Las imaginaba cayendo como nieve dulce
sobre un mantel recién puesto. Aquellas voces parecían venir amortiguadas por
miles de kilómetros de tierra, de cemento, de murallas, de desiertos… Vida, lo
llamaban, fluyendo por sus cauces naturales, impasible y exuberante. Desde que
le seguía aquella visión de los menhires, su sangre, sus movimientos, sus
pulsaciones se volvían más y más terrosos, hasta el punto de que temía
petrificarse para siempre, haciéndose uno en aquel cuadro desolador.
Al amanecer, abrió los ojos. Un perfume
fuerte, rancio, plomizo, lo despertó. Le miraban unos ojos apagados y casi
desaparecidos bajo la tiranía de unas pestañas falsas. Le hablaron unos labios
manchados de carmín dibujados sobre un cutis agrietado, untado de crema y
tristeza.
La
mujer lo levantó. Penetró en los ojos de él tras mirarlo largamente como el que
reconoce a un hermano. Rozó su mano sin querer, notando que era casi de piedra,
como la suya.
Cuando él emitió la primera palabra, ella
sintió una leve conmoción en su corazón, una tibia ternura de río que encuentra
a otro río y se fusiona con él.
Sin darse cuenta, los dos habían conseguido
saltar al mar desde su altísimo menhir.
Esta historia la hice para la propuesta juevera de Mónica:
Imagen: https://ar.pinterest.com/pin/6122149484873309/
LA TRAMPA DEL RELOJ
“Sólo
le dan de vida hasta los siete años”. Escuché que le decía mi padre a mi madre
cuando era pequeña y sólo tenía cuatro. No saben que yo lo oí. Y ahora tengo
siete años menos un día. Y mucho miedo porque mañana moriré; estoy deseando
encontrarme con un reloj capaz de frenar el tiempo.
Salgo, a ver si por casualidad encuentro algo (¡oh, sí!, por favor, por favor...). Dice mi padre que la fe mueve montañas; o sea, que puedes conseguir lo que quieras.
Las palomas hoy no me piden pan. Una allí se ha acomodado sobre una trampilla de hierro. Vaya un lugar extravagante se ha buscado... Debe de ser que no tiene un nido para empollar… Voy a ver.
Qué raro. Esta trampilla tiene ¡la forma de un reloj! La levanto, huele bien, a azahares. Se oye lluvia allá abajo. No voy a entrar. Da yuyu... Mañana moriré. ¿Y por qué no pasas, so tonta? No hay nada que perder.
Vale. Qué fácil es abrirla…
Bajo siguiendo una escalera oxidada, vertical. Miro hacia arriba y me veo a mí misma, duplicada, asomada a la trampilla... ¿mirándome? ¡Qué susto! Pero parece una foto; no se mueve... Es muy raro...
Todo está oscuro, me gusta el sonido de la lluvia, me recuerda a mi padre. Bajaré, qué más da. Mañana voy a morir. Sigo.
Ahora el agujero se hace ancho y me asomo a una ventana de color rosa. Hay una gran habitación. Mamá está ahí… ¡conmigo!, ¡yo soy el bebé! Me da el pecho. Tiro del pelo de mi madre con fuerza. Pero parece un telón, todo cae y se deshace en polvo de colores, desaparece… Ahora es distinto. Veo otra escena. Es como si fuera una película de mí misma... Soy muy anciana; sé que soy yo; me siento. Vuelvo a estar enferma. Un hombre me besa en las manos. Llora. Es mi hijo. Se llama Chopin. Me gusta la casa en la que me encuentro, llena de velas, muebles raros. Qué felicidad… En todo hay ternura y música. Me gusta mucho. Quisiera quedarme. La anciana me ha visto y se ha asustado mucho; yo le digo que no corra la cortina, porque saldrá otra escena, lo intuyo. Pero lo hace; no puede oírme, mi voz son notas musicales. Otra vez se llena todo de polvos de colores y cuando el último toca el suelo se abre una nueva imagen; ahora soy mucho más joven. Estoy en una playa preciosa junto a un hombre que me alza por la cintura hacia el cielo... Qué bien me siento. Nunca había experimentado esas cosquillas. Estoy ilusionada. ¿Será amor? Ahora me acaricia la mejilla, muy despacio. Pero entonces sus dedos empiezan a deshacerse, y de nuevo todo se transforma en ese polvo, yo, él, las olas... No quiero mirar más. Voy a seguir bajando escaleras.
No tengo miedo. Me encanta ir hacia atrás. Se abren más y más ventanas según bajo. Algunas no me gustan nada, como aquella en que grito mucho, acostada entre vacas, mientras me sale un bebé por... ¡O esa otra donde me cortan la cabeza! Sigo… He llegado a una cueva donde me encanta pintar bisontes. Qué vergüenza... no llevo ropa. ¿Por qué todos mis nombres empezaban por la A? Por cierto, me llamo Ana. No sé con quién hablo, pero quiero pensar que no hablo sola. Quiero... Sí. Además, hablar mantiene mi fe.
He pasado todo el día en este agujero tan profundo. Quedan diez minutos para que sea mañana. ¿Se va a morir aquella de la fotografía? Yo me quedo por aquí, explorando, por si acaso.
Miro para abajo, y la escalera no parece acabar nunca. Ya he bajado veintisiete plantas más; he sido una australopithecus afarensis, una ardipithecus rámidos; y también he sido caballo, canguro, cabra, correlimos, cuervo, culebra, cucaracha, ciempiés, cocotero, cactus, cobre, cinabrio, CO2... (¿por qué cambiarían mis nombres por la C?)
Ya es el día siguiente según mi reloj de pulsera. Debería estar muerta, pero aquí, en el pasado sigo viva. ¡Anda!, hay una ventana que antes no estaba. ¡Agh...! tiene una cagada fresca de pájaro en el cristal... A través de ella veo a una niña (¡Yo, que acabo de cumplir 7 años, claro!) ¡Y no me he muerto! ¿Era un error de los médicos? ¡Con el terror que he pasado todos estos años a que llegara ese día! Estoy buscando la trampilla que vi el día anterior. No la encuentro. No hay rejilla con forma de reloj, ni paloma acostada, ni nada. Llega por detrás mi madre. Me abraza y me besa alegre, y sigue conmigo por el paseo. Ahora van a casa de la abuela… Oigo lluvia, lluvia bonita allá arriba...
Y no se ve nada más… Todo lo tapa la lluvia.
Quiero volver al futuro.
Cuánto he bajado... Y la escalera sigue y sigue hacia el infinito... Miro hacia arriba. Está muy oscuro. La trampilla de arriba no se ve, ¿se habrá cerrado?, ¿he caído en una trampa del tiempo?
Oigo lluvia, mucha. Qué miedo. Quiero ir al futuro, por favor, por favor... Las gotas me recuerdan a la voz de mi padre; me serenan. Él dice que la fe mueve montañas. Si entré aquí para no morir (y de hecho lo he conseguido; no me he muerto), ¿por qué no voy a salir también? Sí, saldré, saldré, la fe mueve montañas. Bajaré un poco más. Mira, Ana, otro reloj igual que el primero, pero oxidado. Está clavado en la tierra roja que se ve a través de esta nueva ventana. Es un desierto marciano. Pasa a ver, no tengas miedo. Nunca te has atrevido a atravesar una de esas ventanas. Sólo has sido espectadora de ti misma. Es hora de que actúes. Ábrelo a ver. ¿Y si no puedo volver y me quedo en Marte para siempre?
Llueve serenamente. Me habla mi padre. Confía...
Paso, me he clavado una astilla del marco. Aquí me siento muy ligera y hace un frío mortal. Abro la tapa del reloj sin problema. Chirría. Veo todo muy negro, ¡pero huele muy bien, a flores de azahar!; y al fondo hay una paloma pequeña, reposando en una rejilla, muy, muy lejos... ¡Es ella!
Me tiro.
***
Fotografía: Volarela
EL MAR Y NOSOTROS
Sin juegos no hay inocencia.
Sin inocencia no hay amor.
Nosotros éramos el juego
de las puras olas.
Nuestros cuerpecillos desnudos se vestían de espuma
y a cada exhalación de mar
teníamos un traje nuevo.
A veces teníamos pececillos de espuma entre los dedos;
Y a veces una ola bebé
nos dejaba un tirabuzón en la sonrisa.
Y el sol también jugaba...
¡Ay el sol!
riéndose doradamente
desde la arena ardiente
donde dejábamos caer nuestras fresca piel de albaricoques,
bellamente agotada.
Teníamos estrellas de espuma en los ojos
y no lo sabíamos;
luz chorreando en los dedos al tocarnos,
y no lo sabíamos.
Porque éramos el puro amor galopando libre...
sobre las blancas praderas de las olas.
*
Podéis leer más aportes marinos en Palabras de Sindel. Mar
Bajo sus párpados cerrados todas las heridas
sangraban; se sentía líquido vertido al mar, supurando por cada poro de su
piel; completamente deshecho; flotando, a merced de una inmensa voluntad de
agua. Su pequeño velero fue despedazado en la tormenta más salvaje que la mar
hubiera improvisado para ningún mortal. Aferrado a un trozo de plástico como
una lapa de carne y hueso aterrorizado, despertó de su inconsciencia y miró al
cielo, y luego a su alrededor...
La palabra que golpeó su mente fue: negrura.
La noche se bebía su corazón: Densamente, espesamente, absolutamente. Gotas
negras golpeando su piel. Noche rayando sus labios ateridos. Frío. Nada.
Soledad despiadada para esa mota de apenas sesenta kilos de voluntad sobre una
masa móvil e infinita de agua negra, sin voluntad conocida.
Qué podía hacer sino rendirse… allí, solo,
tendido sobre las fauces del abandono, a latigazos de frío, a mordiscos de
miedo con sabor a sal y a muerte. El silencio helado de las gotas ululaba por
su piel… La garganta abismal del mar sabía esperar.
Volvió a cerrar los ojos. Terror. Dolor.
Frío. Soledad. Ya no podía más. Dentro de su ser se había roto todo... Y lo
aceptó, y se dejó caer, sin lucha ya, a merced de un "Sea" que
circulaba como sangre de estrellas por su cuerpo.
A través de los párpados, medio velados por
un sueño que se acercaba, fruto del congelamiento, entrevió una forma
blanquecina a su lado. Se mecía, como él, en la vastedad cósmica del océano.
Estaba hondamente callada, muda como él. No distinguió de qué ser se trataba.
Tan sólo captaba una presencia neblinosa que emitía mucho, mucho calor. Y
empezó a notar que sus miembros eran cubiertos por una gigantesca pluma
caliente. El mar se había vuelto cálido. Ya no temblaba ni sentía pavor. De un
modo lírico y piadoso, se sentía acogido. Y se durmió, consciente de que no era
posible hundirse ya más de lo que su alma había experimentado. Un amoroso y
lento sueño circuló por sus venas como un río calmo. Se rindió plenamente a esa
sensación.
Despertó. Incomprensiblemente, seguía vivo...
Quiso moverse, pero no pudo. Estaba
extrañamente enredado a una red de pesca. Oyó voces alarmadas de maravilloso
timbre humano; voces hermanas...
Y a su lado había una gaviota, que dormía.
Era la misma presencia que le acompañó toda la noche, nítidamente contorneada.
El ave, con un graznido limpio como el amanecer echó a volar hacia las abiertas
manos del sol.
Siguiendo la propuesta de Gustav en su blog...
EL POETA ESTÁ SOLO
"Su cuerpo fue bebido como un néctar de hibiscos a pleno sol, por dos labios secos como dunas.
Él resbaló por su corazón abierto, estremecido, y besó cada uno de sus latidos en flor.
El héroe se rindió ante la walquiria, y puso girasoles de fuego a sus pies.
Mientras se abrazaron, retazos de niebla copulaban con el sol y una polilla sobre un árbol se tiñó de oro."
Abre la ventana. El moscardón atrapado sale al fin. El joven está tan solo como un tren abandonado en Venus; un suspiro se le escapa hacia las esquinas dormidas del puro silencio. Coge un cigarrillo. Expele una voluta que quiere ser mujer. Abajo, en la calle chirrían unos frenos. Sale alguien del coche. El poeta se acerca a la ventana, ve una muchacha cruzar el asfalto con el poder contenido de los gatos y piensa: "Pudiera ser Ella; pudiera oler a lilas..." Y sigue escribiendo:
"Los amantes son descubiertos por la tormenta riendo bajo las sábanas del cielo..."
El poeta está sólo con su imaginación creando más y más volutas suaves como senos de náyades.
De pronto, llaman a la puerta. El poeta abre y contempla asombrado. Traduce para sí: dama amaneciendo, música de flautas en la piel; ojos de azul hipnótico, con acabados de gata siamesa. ¡Y huele a lilas recién abiertas... !
Descubre largas lianas cobrizas cayendo por su escote, cabellos que algún día podrían retozar plumosamente en su propio pecho.
Su líquida voz al presentarse es puro jugo de grosellas.
Esa tarde fue muy fructífera para la vendedora. Su primer día y ya había conseguido cubrir el objetivo de una semana con aquel cliente que parecía haberle caído directamente de la luna.
Se cierra la puerta. El poeta vuelve a estar solo como un monolito en el océano. Pero le ha pedido su número de teléfono. Mira el papel garabateado por aquellos dedos como sombras de junco; todavía huele a musa.
Soñará muchos días con ese papel. Lo estrujará en su pecho, lo besará, lo tirará a la calle y volverá a por él... hasta que comprenda que ella nunca contestará a sus llamadas.
***