Finalizo esta propuesta con muy buen sabor de boca, tras leer el extenso arco iris de vuestras participaciones. Se nota que este tema despierta pasiones...
Ha habido de todo: amores duros, lujuriosos, frustados, prohibidos, amenazantes... Y también amores inocentes, nostálgicos, platónicos, fieles, estrambóticos y fantásticos.
Se giró. Oliverio
estaba allí, recogiendo setas. Pero no la veía (las hadas no pueden
verse).
El árbol también
se giró, e hizo ademán de seguirla, pero ella le dijo que guardara
su silencio acostumbrado.
Silbó en azul
intenso, intentando imitar el cielo de aquella mañana. Oliverio se
detuvo un instante y cerró los ojos, mientras escuchaba el repentino
canto de un pájaro maravilloso.
Ella dejó escapar
un suspiro al mirar sus brazos. Él notó una mariposa posarse en su
piel.
Un gamo de ojos de
lumbre apareció entre las sombras y lo miró fijamente. Él intentó
acariciarlo, pero el animal huyó. Ella arregló sus cabellos tras la
huida. Y guardó en sus pupilas de ámbar la mirada de él, tierna
como el musgo que recibe el rocío.
Oliverio tanteó una
gran seta bajo un arbusto. Le pareció que tenía el tacto de un seno
de mujer. Entonces gimieron las ramas sobre su cabeza, como si un
ejército de alborotadas ardillas saltara por ellas.
Ella colocó su mano
debajo de la de él. Él sintió su bastón blando como una flor de
agua.
Cada vez más
estremecido, se acercó al río, en cuya corriente se deslizaba una
púrpura hoja desprendida del otoño. La frenó entre sus dedos, y un
prolongado beso recorrió todo su cuerpo.
Se sintió
dulcemente enamorado. Extraño: enamorado... ¿del viento? Pero debía
volver a casa antes de la caída del sol.
Se sintió más viva
que nunca; arrebatada; apasionada por un mortal. Pero debía regresar
a su mundo. Y lo sabía. Debía.
Oliverio acudió al
día siguiente. Y al otro. Y al otro. Mas el bosque callaba.
Lánguidamente, retrocedía sobre sus pasos, pensando que todo había
sido un sueño.
Mientras, a lo largo
de un tronco de secuoya una larga lágrima se deslizaba.
Más allá de la
niebla que envuelve al mundo existe el gozo.
Lo conocen las ondas
del mar atravesando el infinito hasta llegar a mis pies.
El gozo de la flor
es mi vestido perfumado bajo el quietísimo cielo.
Trepo, como una
hiedra por la vida, enzarzando, apasionada, mi corazón a los árboles, mientras alguien pronuncia mi nombre con voz de agua.
El mundo refulge.
Destella el agua;
destella el acentor sobre el agua; destella el cielo que sostiene el
piar del acentor entre sus dedos azules… Y de ellos una nube
inquieta brota...
Inclino mi frente
como el girasol en la noche. Todo es belleza.
Las montañas lloran
oro por su cima. Los niños gritan, y como la hierba, escriben su
alegría en verde intenso.
Fíjate: cuando
vuela la paloma, siguen sus alas en el azul, aunque ella acabe de
posarse. Porque existe un abrazo allá, hacia el que vamos.
En la pletórica
noche cada estrella es una palabra divina. Giran, crecen, ríen, se
aman... Las busco.
Bajo sus párpados
cerrados todas las heridas sangraban; se sentía líquido vertido al
mar, supurando por cada poro de su piel; completamente deshecho;
flotando, a merced de una inmensa voluntad de agua. Su pequeño
velero fue despedazado en la tormenta más salvaje que la mar hubiera
improvisado para ningún mortal. Aferrado a un trozo de plástico como una lapa de carne y hueso aterrorizado, despertó de
su inconsciencia y miró al cielo, y luego a su alrededor...
La palabra que
golpeó su mente fue: negrura. La noche se bebía su corazón:
Densamente, espesamente, absolutamente. Gotas negras golpeando su
piel. Noche rayando sus labios ateridos. Frío. Nada. Soledad
despiadada para esa mota de apenas sesenta kilos de voluntad sobre
una masa móvil e infinita de agua negra, sin voluntad conocida.
Qué podía hacer
sino rendirse… allí, solo, tendido sobre las fauces del abandono,
a latigazos de frío, a mordiscos de miedo que sabían a sal y a muerte. El silencio de las gotas ululaba por su piel… La
garganta abismal del mar sabía esperar.
Volvió a cerrar
los ojos: ¡más terror, más frío! Carecía de fuerzas, se disolvía despacio bajo aquella noche total. Dentro de
su ser se había roto todo... Y lo aceptó, y se dejó caer, sin
lucha ya, a merced de un "Sea" que circulaba como sangre de estrellas por su cuerpo.
A través de los
párpados, medio velados por un sueño que se acercaba, fruto del
congelamiento, entrevió una forma blanquecina a su lado. Se mecía, igual que él, en la vastedad cósmica del océano. Estaba hondamente
callada, muda como él. No distinguió de qué ser se trataba. Tan
sólo captaba una presencia neblinosa que emitía mucho, mucho calor.
Y empezó a notar que sus miembros eran cubiertos por una gigantesca
pluma caliente. El mar se había vuelto
cálido. Ya no temblaba ni sentía pavor. De un modo lírico y
piadoso, se sentía acogido. Y se durmió, esperando el ahogo inevitable, consciente de que no era
posible hundirse ya más de lo que su alma había experimentado. Un
amoroso y lento sueño circuló por sus venas como un río calmo. Se
rindió plenamente a esa sensación.
Despertó. Incomprensiblemente, seguía vivo...
Quiso moverse, pero
no pudo. Estaba extrañamente enredado a una red de pesca. Oyó voces
alarmadas de maravilloso timbre humano; voces hermanas...
Y a su lado había una gaviota, que
dormía. Era la misma presencia que le acompañó toda la noche,
nítidamente contorneada. El ave, con un graznido limpio como el
amanecer echó a volar hacia las abiertas manos del sol.
Y él creyó sentir todas las gotas del mar a la vez derramarse tersamente por sus ojos.